María nos envió para colocar para deleite de todos nosotros, un texto maravilloso escrito por un amigo de ella, que espero no olvidar de colocar al pie del mismo. Pues al César lo que es del César, verdad?
Mi amigo Pepe
Por Juan José Hoyos
Llegó a la casa como un huracán. Lo traje cargado sobre mis piernas, custodiado por mis dos hijos, que me habían pedido casi con lágrimas que se los regalara. Era un cachorro Beagle, de origen inglés. Ellos lo pusieron Pepe. Tenía pinta de perro cazador con orejas largas que le colgaban como dos pendientes. Era grueso, pero entonces era tan pequeño y tenía tan poca fuerza que había que ayudarlo a subir una escala. Yo me encariñé enseguida con él. Me gustaba acariciar su piel, de manchas negras, cafés claras y blancas... Eran bellas.
Desde que cruzó la puerta de la casa, Pepe empezó a orinarse por todos los rincones. Al poco tiempo, como le daba mucho frío por las noches, hubo que encerrarlo en la biblioteca. Allí se dio sus primeros festines: una noche se comió un libro de mitología griega, a la siguiente, una novela, después uno de poesía. También se comió unas fotos que iban a ilustrar la portada de una revista en la que yo trabajaba como editor. La misma suerte corrieron los tenis de mi hijo, los muebles y el salario de Gloria, la empleada de la casa, que ella había guardado debajo de su almohada.
Pero ante todo, Pepe seguía dando muestras de que era un perro ilustrado: un día amanecía comiendo historia, otro literatura, otro antropología. Prefería los libros que más me gustaban, tal vez persiguiendo mi olor. Los desenterraba con una exactitud de sabueso.
Para educarlo, busqué el consejo de un amigo que conoce de perros. Él me dijo: “Dele clases de periodismo”. Entonces empecé a castigarlo cada que hacía una travesura dándole pequeños golpes en el hocico con un periódico enrollado. Pepe no hacía caso. Un día, abrió la nevera con su hocico, sacó un trozo de carne y se montó a comérsela en mi cama. Allí lo encontré dándose el banquete.
Desde entonces, fue a parar al patio de la casa. Para protegerlo del frío le compré una casa de madera. Las primeras semanas ladró todas las noches, pero luego se acostumbró a su nuevo hogar y hasta aprendió a convivir con los pájaros que bajaban de los árboles a buscar alimento entre las matas y las flores del jardín. Llegaron a ser tan amigos que ellos se comían el alimento de Pepe.
Y por fin Pepe se volvió pacífico. Sólo ladraba al anochecer para reclamar su paseo diario por las calles del barrio. Así acabamos por convertirnos en amigos del alma... porque yo creo que los perros también tienen alma.
Ahora Pepe tiene cinco años. Ya puedo llevarlo tranquilo a la biblioteca. Huele los libros, recordando su infancia. Le gustan mucho los novelistas rusos. Le encanta la música barroca. Cuando no duermo, él tampoco duerme y empieza a chillar. Sólo se calma cuando voy por él. Cuando no estoy en casa durante varios días, busca por todas partes mi olor y acaba comiéndose las camisas mías que están colgadas en el patio.
Konrad Lorenz dice que la amistad entre el hombre y el perro comenzó hace miles de años cuando un cazador primitivo lanzó un trozo de carne a los chacales que le habían ayudado a encontrar una presa. El jefe de la manada se apartó asustado, pero como el hombre no hizo ningún movimiento amenazador, el chacal se abalanzó con avidez sobre el trozo. Luego, mientras se alejaba, movió la cola con rapidez, al tiempo que engullía la carne y echaba furtivas miradas al hombre: era la primera vez que un chacal movía la cola en señal de agradecimiento a un ser humano. Ese tal vez fue el nacimiento del perro doméstico.
Hoy los perros han viajado al espacio extra-terrestre y se usan hasta para curar enfermos que sufren mal de Alzheimer y psicosis, y para acompañar pacientes con problemas post-operatorios en cirugías cerebrales y, en su agonía, a pacientes terminales.
Con razón dice Clarissa Pinkola que los perros son los magos del universo. Son como la segunda naturaleza del hombre, la que él perdió con el progreso: la naturaleza del bosque, la que puede seguir un rastro. Un perro ve y oye de manera distinta a como lo hace un ser humano. Su mundo está lleno de constantes cataclismos acústicos que los hombres no percibimos. Para ellos, cuando una palmera se agita al viento, suena como un terremoto. Esto, para no hablar de su olfato. Pepe es capaz de sentir mi presencia a una cuadra de distancia.
Hoy, Pepe es mi mejor amigo. Cuando me toca estar solo, fuera de casa, y soportar largas noches de lluvia, lo siento ladrar, como si estuviera llamándome. Tal vez eso suceda sólo en mi mente. Cuando estoy triste, su mirada dulce me consuela sin palabras. Cuando estoy angustiado, salgo a pasear con él y regreso a casa tranquilo. Pepe jamás me regaña ni me pregunta nada. Me hace el favor de tratarme como a un Dios, aunque yo sólo soy otro pobre mortal. Ama fácilmente con todo su corazón y perdona sin esfuerzo. Es capaz de andar a mi lado kilómetros y kilómetros, sin rendirse. Y estoy seguro de que sería capaz de luchar hasta morir por defenderme. Cuando mueve su cola me parece ver la sonrisa de su alma. Por eso digo con todo mi corazón que el que no ha tenido un perro no sabe lo que es ser amado.
viernes, 1 de febrero de 2008
De María: Mi amigo Pepe
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